por John David Hicks
Las palabras pueden sanar y restaurar un corazón herido, o por el contrario, destruir una vida. Una lengua pecaminosa daña la confianza, la reputación de las personas y la verdad. Ahuyenta el amor del corazón y aleja hasta el amor de Dios. Una palabra carente de sensibilidad produce heridas que pueden amargar una vida. El poder destructivo de las palabras falsas o distorsionadas, son causa de derrota para los cristianos y provocan divisiones en las iglesias. «Como loco que dispara mortíferas flechas encendidas, es quien engaña a su amigo y explica: ¡Tan sólo estaba bromeando!» (Pr. 26:18-19). Decir cosas que hieren y luego tratar de excusarse diciendo: «sólo estaba bromeando», es como lanzar dardos de fuego mortales al corazón. -Eres gordo, no sabes cantar, eres un tonto, qué torpe eres-, y luego añadir, «era una broma», es insensatez. Las palabras significan más de lo que imaginamos. Pueden fortalecer o herir, alentar o condenar. Muchos problemas familiares son ocasionados por el uso de insultos disfrazados de bromas. Numerosas amistades se han roto por causa de una palabra mal intencionada.
En Mateo 12:33-37, Jesús declara enfático su posición respecto a la gravedad de las palabras: «Camada de víboras, ¿cómo pueden ustedes que son malos decir algo bueno? De la abundancia del corazón habla la boca. El que es bueno, de la bondad que atesora en el corazón saca el bien, pero el que es malo, de su maldad saca el mal. Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Porque por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará».
Víctor Frankl escribe en Busca del sentido que el fundamento de nuestra búsqueda está en el poder de la palabra, en los pensamientos creativos, en las ideas, y en los conceptos que cambian la vida. Frente al horror de los campos de concentración Nazis, Frankl hace una revelación profunda: «Estoy absolutamente convencido de que el holocausto no se gestó en el gobierno de Berlín, sino más bien en las oficinas y aulas de los científicos nihilistas y los filósofos». En otras palabras, fue en las aulas de los intelectuales y los maestros donde la masacre judía recibió legitimidad. Este nihilismo, la creencia de que toda existencia carece de sentido, y que no hay una base objetiva de la verdad, proveyó el fundamento para el crimen y las cámaras de gas. Las palabras son el fundamento sobre el cual edificamos nuestra riqueza, carácter, valores y actitudes. Una buena palabra servirá para contribuir a nuestro desarrollo, fortaleza y estímulo. Pero una palabra dicha al descuido puede desarmar hogares, quebrantar corazones, arruinar la reputación, lastimar y destruir.
JESUS Y LAS PALABRAS
En Mateo 12 Jesús da un principio: «De la abundancia del corazón habla la boca». Los fariseos atacaron a Jesús insinuando que era un aliado del diablo. Creían tener el derecho de deshonrar y destruir a cualquiera que disentía con ellos. Proferían palabras devastadoras, sagaces, astutas y maliciosas. En cuanto a sus valores se habían transformado en hipócritas y soberbios. En cuanto a sus actitudes se tornaron intolerantes de las opiniones y comportamiento de Jesús.
La lengua revela lo que se anida en el corazón. Detrás de la lengua está el corazón de donde emanan las intenciones. Para que las palabras cambien tiene que cambiar el corazón. Por eso David oró: «Yo sé que tú amas la verdad en lo íntimo» (Sal. 51:6). Las palabras son el reflejo de lo que uno es. El ochenta por ciento de las cosas que se llevan a cabo, se realizan mecánicamente, sin pensar. Para el que te observa, tus actos no lo dicen todo.
LAS PALABRAS REVELAN LO INTERNO
Nada de lo que se dice es improvisado, los labios proyectan lo que hay en el corazón. Las palabras revelan el carácter. El ego expele palabras que nos hacen sentir bien, hasta el punto de torcer y exagerar la verdad, en busca de controlar la situación. Las palabras aprovechan las circunstancias para usar a otros para nuestros propios fines. Las palabras contienen agendas ocultas, expresando una cosa pero queriendo decir algo completamente distinto.
Muchos cristianos no han aprendido el poder de una palabra de ánimo: «La angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra» (Pr. 12:25). En el Nuevo Testamento, Efesios 4:29 repite el mismo concepto: «Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan». Palabras de cariño, aprecio y reconocimiento, expresan amor y alegran al oyente. El creyente tiene los recursos internos y el potencial para que sus palabras sean de bendición. La palabra «ánimo» significa «inspirar valor». Una palabra de ánimo fortalece el bienestar del desalentado. No es para manipular, sino para estimular. Las personas que reciben palabras de afecto están siendo motivadas a retribuir ese amor. Nosotros amamos a Dios, porque Él nos amó primero (1 Jn. 4:19). Dado que el amor es benigno (1 Co. 13:4), tienes que comunicarte con palabras cariñosas. Las palabras junto con el tono de tu voz, la expresión de tu rostro y tus gestos son de condenación o de amor. Pueden ser sutiles u obvias, suaves o con enojo, dulces o amargas.
COMPROMETIDOS PARA BENDECIR
Como cristianos debemos expresar lo que verdaderamente queremos decir, y que nuestra intención se manifieste en lo que hablamos. «De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así» (St. 3:10). Ser amado es una necesidad intrínseca del ser humano. Un pastor de jóvenes lo expresó así: «Todos tenemos un balde con un poco de agua. Cada vez que decimos algo bondadoso a una persona, ponemos agua en su balde. Por el contrario, si decimos algo negativo, sacamos agua de su deposito. Si la persona únicamente recibe expresiones negativas, después de algún tiempo su depósito se seca. El resultado es que se sentirá de poco valor, sin dignidad y fracasado. Se convertirá en un ser aislado, o por el contrario, agresivo». Si todos tuviéramos el balde lleno de amor, cambiarían las relaciones y se resolverían los conflictos y el espíritu de crítica se disiparía.
Extiende tu corazón hacia alguien que se siente solo y dile: «me alegra verte hoy». Tus palabras son la expresión de tu interés, de tu amor. Cuando dices: «Te comprendo. Te aprecio. Creo en ti. ¿Cómo te puedo ayudar?» estás volcando agua en su balde emocional.
CERRANDO LOS OIDOS
Por otro lado, tenemos que proteger nuestros oídos de la mala lengua que falsea y distorsiona los hechos. Esto causa que los oyentes arriben a interpretaciones erróneas, lo cual destruye las relaciones. «El perverso provoca contiendas, y el chismoso divide a los buenos amigos» (Pr.16:28). Una persona chismosa magnifica los rumores y desparrama informaciones parciales. Una persona que calumnia, busca destruir la credibilidad o reputación con hechos perjudiciales y sospechas perniciosas. Del mismo modo en que al tocar un cuerpo enfermo se contagia la mano, el escuchar información perversa contamina la mente. «Asegúrense de que nadie deje de alcanzar la gracia de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause dificultades y corrompa a muchos» (He. 12:15).
PALABRAS QUE RESTAUREN VIDAS
Jesús dijo: «Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado» (Mt.12:36). Una palabra dicha al descuido es imprudencia, falta de consideración hacia los demás y carencia de tacto. En el día del juicio daremos cuenta de las palabras ociosas. Esto debe actuar como un incentivo para cuidar nuestras palabras. En un momento de descuido, con enojo, el daño que puede resultar de una mala lengua no tiene límite. «Si alguien se cree religioso pero no le pone freno a su lengua, se engaña a sí mismo, y su religión no sirve para nada» (Stg. 1:26). También el apóstol Pablo nos alerta que estemos en guardia contra el canibalismo cristiano. «En efecto, toda la ley se resume en un solo mandamiento. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Pero si siguen mordiéndose y devorándose, tengan cuidado, no sea que acaben por destruirse unos a otros» (Gá. 5:14, 15).
Cuando Jesús hablaba, sus palabras eran sal y luz, verdad e integridad. Verdaderamente hablaba palabras de vida. Hasta los guardias del templo dijeron: «¡Nunca nadie ha hablado como este hombre!» (Jn.7:46). Las palabras reflejan nuestro andar con Cristo. Las personas que dicen, «los demás pueden observar mi forma de vida, no necesito decir nada», han sido víctimas de una mentira del diablo. «Que lo digan los redimidos del Señor, a quienes redimió del poder del adversario» (Sal. 107:2).
Jesús dijo que de la abundancia del corazón habla la boca. Los problemas de la lengua son síntomas de los problemas del corazón. Continuamente revelamos lo que somos por lo que decimos. Solamente el Espíritu Santo nos puede ayudar a controlar la lengua. Permitamos que Dios realice Su obra en nosotros. La gente medirá tu corazón -tu egoísmo o tu amor- por medio de tus palabras. Las palabras ociosas y descuidadas así como las de aliento, se verán en el día del juicio. Seamos reconocidos como alentadores, aquellos que saturan baldes hasta que rebosan de amor.
John David Hicks es evangelista con la Iglesia del Nazareno en Estados Unidos.